18:42 | Autor Iglesia Hogar
LAS ÚLTIMAS 24 HORAS DE JESÚS ( AUTOR:HÉCTOR MUÑOZ op.)

La agonía está a la puerta

Se acerca mi hora: voy a
celebrar la Pascua en tu
casa con mis discípulos
(Mt 26,18).

Hace pocos días, Jesús ingresó triunfante a Jerusalén. Querían hacerlo rey. Ahora, la agonía está a la puerta. La famosa "hora" de Cristo ha llegado. Ya no hay que esperar más.
Ante este hecho, el Señor decide vivir intensamente sus últimos momentos. Quiere vivir la Pascua. Celebró el pésaj, la cena pascual judía, cena de la libertad entre amigos.
Quiso que su "hora" tuviera como marco de referencia la pascua del pueblo de Dios. Quiso que su "hora" fuera la hora profetizada por miles y miles de fieles israelitas que, rememorando el Éxodo y la gesta en el desierto, llegaron a la tierra de las promesas.
Jesús ve que su hora se acerca. ¿Tendrá miedo? ¿Sufriría al imaginar el drama de la muerte? ¿Lamentaría dejar a su madre y a sus discípulos? ¿Tendría ansiedad ante la pequeña Iglesia que dejaba abandonada, en medio de lobos? Jesús conocía muy bien a los profetas que habían hablado del servidor sufriente de Yahvé. No era éste el momento de dar marcha atrás. La obediencia hasta la muerte de cruz marcaba el alma de Jesús. No podría fallarle a su Padre.
Demostraría que nadie ama más que quien da la vida por sus amigos.
Los discípulos recibirían un legado. La hora de leer el testamento había llegado y el Señor mismo abriría las páginas de su mensaje personalísimo, de pan y vino, de pan repartido y sangre derramada, de amor entregado y amor recibido, mensaje de donación de los enamorados, mensaje de desposorio.
Faltaba poco para celebrar la cena de la alegría.
Para Cristo sería también la cena de la tristeza.
Pero el gozo tendría la primacía. El canto de los aleluias sería más fuerte que la voz de la traición.
—Se acerca mi hora...
Señor Jesús: haznos conocer los momentos que viviste en tu Jerusalén amada. En la Ciudad santa que, sin embargo, mata a sus profetas y tira piedras a los enviados de Dios.
Haznos dóciles de oído para penetrar tu Palabra y tus silencios.
Haznos compartir tus lágrimas y tu dolor, de modo que no nos avergoncemos de tu cruz.
Finaliza la primera escena. Jesús se prepara para su última Pascua. Comienza a caminar hacia el cenáculo, junto a sus apóstoles y amigos...

Les he dado ejemplo

El Hijo del hombre no vino
para ser servido, sino para
servir y dar su vida en
rescate por una multitud(Mt 20,28).

Mientras va caminando hacia esta cena en la que se mostrará como el servidor de los servidores, medita, en silencio, sobre una escena que tuvo lugar días atrás con sus discípulos. Algunos de ellos —¡qué tontos!—, querían ocupar los primeros lugares en el reino. Y se peleaban y discutían por ello.
Jesús les promete que beberán su cáliz, o sea, que sufrirán su pasión, pero no promete lugar alguno de preferencia. Y les da una lección: entre hijos de Dios, la autoridad debe ejercerse sólo para el servicio. El que detenta la autoridad debe obedecer a sus súbditos, siendo un ministro de la caridad para con ellos.
Y se pone como ejemplo.
Él no ha venido para ser servido sino para servir.
Esta enseñanza es un verdadero anticipo del lavado de pies que hará a sus amigos en la cena.
El Señor lavará a sus servidores.
El Señor dará ejemplo.
El Señor se arrodillará a los pies de sus esclavos.
El Señor se abnegará para afirmar a los otros.
Y habrá que dejarse lavar para tener parte en el Reino.
Y, en el futuro, habrá que lavar a otros para tener parte en el Reino. Habrá que servir. No hay otra alternativa para no apostatar del nombre de "cristianos".
El Hijo del hombre vino para servir. Los hijos de Dios debemos servir. El Hijo del hombre no vino para ser servido. No debemos buscar nosotros los primeros lugares, sino aquellos en los que podamos mostrarnos como servidores de Dios y de los hermanos. Más vale quien más sirve.
Esta es la ley de Cristo.
El Señor se aproxima al momento de su última cena pascual y medita sobre su realidad.
¿Es triste servir? ¿Ha sido un fracaso su vida de servidor? ¿Han sido aceptados sus servicios? ¿Ingresarían los hombres en las sendas de los rescatados por el servicio de la cruz?
—¿Falta mucho...? No. Ya hemos llegado. Vamos al piso alto. Las cosas deben estar listas. Se me ha ocurrido algo nuevo. Algo inédito...
Vivamos el anticipo del banquete de la Jerusalén celestial...

Ustedes serán felices...

Ustedes serán felices si,
sabiendo estas cosas, las
practican (Jn 13,17).

Ha comenzado la cena.
El Señor Jesús se levanta de los almohadones donde está recostado. ¿Qué va a hacer? ¿Se le habrá olvidado algo? El rito debe seguir...
Se saca el manto... Busca una toalla... ¿Qué va a hacer?
Quiere lavar los pies a los discípulos. No. No. A mí un me lavarás los pies.
Pero el Señor gana la discusión.
Y los pies son lavados.
Y los discípulos son servidos por su Señor.
Se hace verdad lo enseñado por Jesús respecto a los servidores fieles que esperaban al señor a la vuelta de una fiesta. Si los encuentra velando, el mismo señor los hará sentar a la mesa y comenzará a servirlos.
¡El mundo al revés!
El patrón sirve a sus empleados.
Esto es lo que el Señor ha querido enseñarles durante largos años en los que fue el maestro bueno.
Y esto el Señor lo recuerda de modo vivo, pocas horas antes de su muerte.
La vida se obtiene derramando sangre.
El amor pasa siempre por la sangre entregada.
El triunfo pasa por la servidumbre.
El que sea grande que se ponga a los pies de los que son pequeños.
El servidor no es más grande que su señor. Esto lo dijo Cristo. Sin embargo, hoy el Señor Jesús nos agranda y quiere que seamos felices si, sabiendo estas cosas, las ponemos en práctica.
El servicio a Dios y al hermano no es algo abstracto. No es teoría acerca de la caridad.
Es conseguir comida para el hambriento.
Es hacer justicia al necesitado de justicia.
Es enseñar a leer al analfabeto.
Es entrar en la prisión como hombre libre, para dar aires de libertad a los presos.
Es secar las lágrimas del triste.
Es aliviar el dolor del enfermo y consolar la soledad del abandonado.
Es ser bastón para el que no tiene pierna, luz para el ojo ciego y oídos para el sordo.
Es presencia para el que me necesita a su lado. No mañana. Hoy y aquí.
Lavar los pies al otro es estar siempre al servicio del otro, sabiendo que mejor es dar que recibir...

El traidor es identificado

Les aseguro que uno eje
ustedes me entregará
(Mt 26,21).

Esta película que estamos viendo, está filmada en co¬lores.
Sin embargo, para acentuar algunos momentos, ce¬san los colores y viene el blanco y negro.
La tristeza entra en la sala. El traidor está entre LOS elegidos del Señor. Uno de ustedes me entregará... -Quién...? ¿Yo? ¿Yo...? ¿Yo...?
Todos quieren saber. Pero el Señor y sólo él sabe quién es aquel de quien estaba escrito que sería el entregador, por unas pocas monedas de plata y por el odio que ocupaba su corazón.
Judas es "el malo" de esta película. No el único, pero sí peor.
Fue elegido. Renegó de la mirada de Cristo.
Compartió con Jesús muchos momentos de predicación. Escuchó su voz. Tocó sus manos. Fue testigo de la multiplicación de los panes. Y de la curación de los enfermos. Y de la vuelta a la vida de los que la habían perdido para siempre.
¿Qué le pasó a Judas?
En un momento dado pregunta: —¿Seré yo, maestro? Y el Señor fija su vista en él. Con tristeza. Con dolor. Sin rabias ni rencor. Pero sí con la mirada de un juez a quien no se le escapa el corazón del hombre.
Tú lo has dicho. Sí. Eres tú. ¿Para qué lo preguntas? ¿No lo sabes? ¿No has confabulado con los grandes del Templo? ¿No te pagarán mi precio? ¿No sonarán las monedas en tu bolsa? ¿Para qué lo preguntas? ¿No tienes conciencia? ¿Acaso no darás los pasos sucesivos para que esto llegue a su fin? ¿No eres, de algún mo¬do, "socio" de mi hora?
Al rato, Judas se levantó de la mesa. Sigilosamente. Como quien va a sumergirse en las tinieblas para realizar las obras de los hijos de las sombras.
—Uno de ustedes me entregará... Quedan once en la mesa. Basta uno sólo para que muera el amor.
Pero el nombre "Judas" no ha desaparecido del mundo.
En más de una ocasión tendremos que preguntarnos: —¿Seré yo, maestro? Y Jesús nos podrá mirar co¬mo miró a uno de sus apóstoles, elegido para anunciar su Nombre. Apóstata de tal vocación. Caído en la deses¬peración de los que sienten su alma mordida por la culpa pero equivocan el camino. No vuelve al consuelo y al perdón. Nacido para la gloria. Momento "en negro" de esta película. Parece una película "antigua". Nos choca el contraste con la luz y el color. Sí... hay momentos "antiguos" (o, mejor, viejos) en la vida de cada uno de nosotros.
Pidamos ser de los once que quedaron para la fidelidad.
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