19:17 | Autor Iglesia Hogar
EL SEÑOR ABRE EL CAMINO

En la Casa de mi Padre hay
muchas habitaciones; si no
fuera así, se lo habría dicho
a ustedes, Yo voy a prepararles
un lugar. Ya conocen el camino
del lugar a donde voy (Jn 14, 2.4).


La comida pascual, el vino, la oración, la presencia fraterna, todo ello hace que el corazón se expanda y se vuelva propicio a las intimidades.
Jesús sabiendo que su hora está más cerca que antes, intima más y más con sus amigos.
Es verdad que habla casi Él solo. Pero también es verdad que es como si los discípulos le preguntaran cosas que sólo él sabe responder. Lo dejan hablas porque no hay necesidad de preguntas. Jesús conoce lo que necesita nuestro corazón.
El Señor nos revela otros secretos.
Se va a ir. Partirá muy pronto.
¿Dónde? A donde nosotros, por el momento, no podemos seguirlo…
Pero ya llegará el tiempo del gozo del santuario.
Cuando estemos frente a las gradas de Jerusalén celestial.
Por el momento, conformémonos con ser simples peregrinos.
Y el don del peregrino es el caminar.
El Señor Jesús nos deja.
Hay desazón. Pero él pos calma, debe irse. Debe dejarnos. Va a la casa de su Padre.
Pero no va a habitarla como quien va a un hogar mezquino y estrecho.
No.
La casa del Padre es hogar abierto.
Es casa grande.
Es el lugar donde siempre cabe uno más, como esas casas hospitalarias donde siempre se puede poner un cubierto más a la mesa.
Es una casa donde no entramos mediante atro­pellos prepotentes.
Es una casa a donde somos invitados, como hués­pedes queridos.
Es una casa, lo dice Jesús, con muchas habita­ciones.
Es verdad que muchos son los llamados y pocos los elegidos, pero también es verdad que nadie sino el Padre sabe cuántos son esos muchos y esos pocos.
Si la casa es grande es porque mucha gente debe poder entrar en ella.
El Señor irá, como el primero entre muchos resucitados, a prepararnos un lugar. Este secreto lo revela m la larga conversación de la noche pascual. Se va, pero no a tientas ni a locas a un lugar desconocido, sino a la casa del Padre. Y, a pesar de que nunca estuvimos allí, nos dice que nosotros sabemos el camino por donde él transitará. Y quien sabe el camino, sabe el término del camino...
Él va a preparar la casa, para que sea habitable. Pa­ra que esté limpia. Como lo haría cualquiera de nosotros en trance de recibir un invitado.
Jesús va a partir. No temamos. No se ha escondido. Sabemos dónde está...





TRANSITAMOS POR CRISTO

Yo soy el Camino, la Verdad
y la Vida. Nadie va al Padre
sino por mí (Jn 14,16).


El Señor, dialogando con Pedro, Juan y el resto de los apóstoles, les ha dicho que se iría para preparar la casa y sus habitaciones. También les dice que ellos saben el lugar adonde Él va. Pero los discípulos afirman que como no saben dónde va, ¿cómo podrán conocer el camino?
Jesús retoma la palabra. Sabe qué lo que diga quedará bien grabado. Son las últimas palabras. El mensaje póstumo.
Lo último que alguien dice —especialmente si la muerte sobreviene pronto—, es lo que más cerca está de nuestra memoria y lo que más pronto recordamos.
Jesús en un ambiente íntimo, propicio a la comunicación, se explaya y explicita la idea. Es como si dijera: _¿No se dan cuenta de lo que les quiero decir? Como cuando Felipe le pidió que le presentara al Padre, y Jesús le respondió que eso es lo que había hecho hasta ahora: manifestar al Padre.
Si alguien no conoce el camino, Cristo se lo señala; soy yo.
Si alguien no conoce el camino, Cristo se muestra como la senda a seguir.
¿Quieren llegar a la gloria? Yo soy la humildad, ca­mino hacia la gloria.
¿Quieren llegar al reino de mi Padre? Yo soy la ruta hacia ese reino.
¿Quieren llegar a la vida eterna? Cada una de mis bienaventuranzas es el camino hacia la vida que no tiene fin.
¿Quieren ser reconocidos como mis discípulos? Mi amor es el camino para que así ocurra.
¿Quieren ser mis seguidores? Mi cruz es el camino para que sean dignos compañeros de mi andar.
¿Quieren compartir un puesto en el cielo? Mi cáliz es el camino a seguir para que estén en esos lugares.
Yo soy el Camino...
No puedo imitar lo que de Dios hay en Cristo.
Sí puedo imitar lo que del hombre hay en Cristo.
No es una broma pesada que él nos diga: —Apren­dan de mí, que soy manso y humilde de corazón. La hu­mildad y la mansedumbre son condiciones-camino para poder recibir el nombre bautismal de cristiano.
¡Con qué convicción Jesús el Señor, sabiendo que al día siguiente vería su vida arrebatada por las hienas habrá hablado a los apóstoles en su última pascua! ¡Con qué ardor se habrá agitado su pecho, sosteniendo la joven cabeza de Juan, el discípulo que él amaba, como quien permite que alguien participe de un secreto que está oculto en el fondo del corazón!
—Juan: Yo soy el camino... Pedro y Santiago, sé­panlo bien; Yo soy el camino. No hay otra senda. El que quiere transitar por sus propios senderos se extravía y el lobo puede devorarlo.
Hermanos todos de todos los tiempos; Yo soy el Camino... No vayan por los atajos...



EFICACIA DE LA ORACIÓN

Si ustedes me piden algo en
mi Nombre, yo lo haré .
(Jn 14,14).

la cuenta regresiva se ha iniciado. El Señor Jesús si­gue hablando. Sabe que pronto no podrá hablar más (aunque en su afán de continuar el mensaje, haya quedado varios días, después de la resurrección, entre los suyos).
En otra ocasión les había dicho que no recibían porque no sabían pedir.
Porque no pedían bien.
Porque no pedían los verdaderos bienes.
Porque eran hombres de poca fe.
Ahora los incita e invita a pedir.
Pero no de cualquier modo... En mi Nombre. Como si fuera yo quien pide.
¿Y cómo pedirías tú, Jesús?
Sabiendo el querer de mi Padre.
En obediencia a Él.
Auscultando su corazón.
Si pedimos algo a alguien, conociendo lo que él quiere otorgar, de antemano sabemos que nos será da­do el contenido de nuestro pedido.
Si pedimos caprichosamente: —Quiero esto... y aquello... y lo de más allá..., como pediría un chico pose­sivo y terco, sabemos que el Señor será sordo a un lla­mado necio. Será vana nuestra súplica. Simplemente porque así no se pide.
El que pide, que lo haga como mendigo. No tenemos derecho a lo que pedimos. Lo hacemos como pobres.
Además, lo hacemos condicionando nuestro pedi­do a la voluntad del Señor: si es posible... si Tú lo quieres... si es un bien para mi alma.
Pedir en Nombre del Señor es permitir que Cristo use mis labios para que él pida en mí.
O yo volar hacia sus labios para pedir por su pa­labra.
¿Qué pidió Jesús? ¿Cómo pidió Jesús?
La oración del Señor nos muestra la calidad de ora­ción efectiva que quiere que nosotros profiramos.
Que venga su Reino. Que su voluntad se haga, aquí y allí. Que el pan de cada día —no el de mañana— nos sea otorgado.
Que nuestros pecados sean perdonados, sólo si no­sotros somos capaces de misericordia frente a las mise­rias del hermano.
Que no nos deje caer en la tentación. No que las tentaciones no vengan, sino que no sucumbamos ante sus embates.
Jesús sigue hablando. Incansable. Con pausa y con paz. Con convicción. Apelando al sentido común y a la fe. Abriendo en los interlocutores —en nosotros—, grandes apetitos. Sabiendo que no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de Dios. Sabien­do que si pedimos algo en su Nombre, él responderá afirmativamente. Como el Padre respondió a sus re­querimientos...
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