La inteligencia sin amor, te hace perverso.
La justicia sin amor, te hace implacable.
La diplomacia sin amor, te hace hipócrita.
El éxito sin amor, te hace arrogante.
La riqueza sin amor, te hace avaro.
La docilidad sin amor, te hace servil.
La pobreza si amor, te hacer orgulloso.
La belleza sin amor, te hace ridículo.
La autoridad sin amor, te hace tirano.
El trabajo sin amor, te hace esclavo.
La simplicidad sin amor, te quita valor.
La oración sin amor, te hace introvertido.
La ley si amor, te esclaviza.
La política sin amor, te hace egoísta.
La fe sin amor te deja fanático.
La cruz sin amor se convierte en tortura.
La vida sin amor….no tiene sentido…..
Como todos los años la fecha del 20 de Julio nos recuerda el Día del Amigo. Para no quedarnos en lo exterior de un festejo, es oportuno considerar el significado de lo que celebramos. Ante todo creo que es importante no celebrar el día de la amistad sino del amigo. Este tiene un rostro y un nombre concreto que nos compromete. A veces buscamos la amistad como algo que nos acompañe, al amigo tenemos que acompañarlo. El amigo tiene grandezas y límites, no aparenta lo que no es, lo conocemos y nos conoce, y en esta dimensión de reciprocidad nos aceptamos.
El amigo participa de nuestra intimidad, tiene la puerta abierta, confiamos en él. Al hablar de esta condición del amigo siempre recuerdo la frase de Jesús a sus discípulos, cuando les dice: “Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre” (Jn. 15,15). Creo que en este breve pasaje encontramos aspectos que definen la figura del amigo. La fuerza del texto está, precisamente, en ese “darles a conocer”, comunicarles algo de mi intimidad; el amigo forma parte de ese grupo más pequeño. No hay con ellos intereses ni segundas intenciones, mucho menos presiones que crean amigos circunstanciales: “hay amigos ocasionales, dice el libro del Eclesiástico, (pero) que dejan de serlo el día de tu aflicción” (Ecli. 6, 8).
El amigo nos enriquece con su presencia y su palabra, pero también con su silencio; cuántas veces el silencio de un amigo nos hace bien porque es signo de un amor que sabe y calla. El amigo nos abre a una relación que no es la de complicidad para hacer algo, sino de cercanía y comunión. Su presencia nos hace crecer porque busca nuestro bien y se alegra por el encuentro, por ello puede hacernos una crítica o corrección que siempre debe ser bien recibida porque nace del amor y la verdad. La adulación, en cambio, no pertenece al vocabulario del amigo, ella no nos habla desde la sinceridad sino desde el interés. Tampoco es propio del amigo hacer una crítica cargada de aparentes “buenas razones”, que sólo busca reducir e imponer su voluntad.
Como vemos hay un camino hacia el amigo que siempre estamos aprendiendo, él nos permitirá conservar su riqueza y ser agradecidos. El camino hacia el amigo se construye con sinceridad, humildad, libertad, capacidad de entrega que es olvido de uno mismo. Lo que se opone a este camino es el egoísmo y el orgullo, la envidia y la falta de gratitud, como el no reconocimiento a las condiciones y al éxito del otro. No esperemos de él lo que él, tal vez, no pueda darnos, sino en lo que nosotros podemos darle. Sólo en la escuela de la generosidad se aprende a encontrar un amigo. Un modo de vivir esta relación con el amigo es la oración, en la que lo tenemos presente ante Dios y pedimos por él. En la intimidad de la oración se conservan las cosas más valiosas. Por ello podemos preguntarnos en este día: ¿rezo por mis amigos?.
Deseándoles un buen Día del Amigo les hago llegar, junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor.
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz
Hija, quiero decirte Gracias…
El agradecimiento de una abuela
Gracias por tan maravilloso regalo.
Gracias a él comprendí que caminar despacio no significa agotamiento, sino, al contrario, significa sabiduría porque me permite disfrutar lo bella que es la vida.
Gracias por hacerme sentir la presencia de Dios a cada instante.
Gracias por comprobar, que si bien la vida nos presenta una batalla cada día, sólo de ti depende rendirte o enfrentarla.
Gracias por hacerme sentir que los sueños pueden convertirse en realidad.
Gracias por los besos que le doy a ese niño, que es tu hijo.
Gracias por tener la dicha de observar esos ojitos luminosos, ese cuerpito inquietante, cuando él siente el calor de mis caricias y siento que Dios embriaga mi alma.
Gracias porque cada noche puedo proyectar un mañana diferente.
Gracias por tener la posibilidad de transitar esta etapa inigualable y poder ahora comprobar cuánta felicidad yo le regalaba a mi querida madre sin darme cuenta.
Gracias porque cuando beso a mi adorado nieto no olvido que esos besos que hoy me sobran para él, ayer me faltaron contigo por no tener demasiado tiempo.
Gracias porque hoy, después de tantos años pude saber que esa deuda no existía, porque los besos que yo creí que te faltaron de mis labios, fue tu abuela quien siempre te los daba.
Ana Maquieira, de “A quien corresponda” Ed. Santa María, Colección Mensajes y cuentos.
Una Encíclica para gobernar el futuro. Invitación no sólo a creer sino a pensar.
Un tema tan complejo y denso como un texto, ¿no corre el riesgo de ser una exhortación genérica?
La Encíclica muestra un papa conocedor de la complejidad de los problemas, pero convencido de un punto central: una miríada de decisiones son tomadas hoy sin claridad de intentos, descuidando los intereses de los más, en un clima de desconfianza, sin una visión del bien común.
Ya la mayor parte de la opinión pública, apagado el furor utopista, ha aceptado la realidad tal cual es. Pueblos enteros están condenados a una vida mísera y subhumana.
La iglesia no acepta esta realidad con fatalismo, como un destino. Viviendo en África y en tantas regiones pobres, es partícipe del anhelo de una vida mejor.
El texto del papa aparece también como un manifiesto de esperanza: el mundo y la economía pueden cambiar. Los hombres, los gobiernos, la sociedad pueden hacerlo. La encíclica del papa teólogo tiene muchas indicaciones concretas, sobre las cuales no es el caso detenerse ahora. En todo caso, la receta es simplísima. Haciendo suyo el grito del dolor de tantos, el papa lo desarrolla en una articulado razonamiento. Para Benedicto XVI, "el mundo sufre de una falta de pensamiento": "sirve un nuevo lanzamiento del pensamiento".
La encíclica quiere despertar una visión solidaria a tantos actores de la economía y de la sociedad. Solidariedad es palabra clave: raíz del humanismo, inclusión de la economía en la política, gratuidad frente al mercantilismo.
El pensamiento social de la Iglesia ha bajado al campo, en el s. XIX, contra la visión marxista y liberista. Ha sido una lucha titánica, que ha cambiado todos los actores. Ahora ese mundo está terminado. El mercado tiene un rostro invisible, mientras sus actores frecuentemente huyen en la niebla, como se ve en la crisis reciente. El nuestro es un mundo donde la práctica mercantilista y tecnológica se afirma muchas veces sin cultura y fuera del debate público. Benedicto XVI invita a razonar y dialogar sobre el futuro con el deseo de gobernarlo.
La casual coincidencia de la salida de la encíclica con el G8 desafía la pobreza de visiones y de prospectiva en el sube y baja entre alarmas y tranquilización.