13:52 | Autor Iglesia Hogar

Si la Iglesia desea vivamente que sus hijos tengan afecto a esta práctica es, sin duda, por ser muy del agrado de la Reina del cielo. Y a nosotros nos debe bastar con saber que nuestra Madre gusta de oír el suave murmullo de esta plegaria: esto es todo.

León XIII ha publicado quince encíclicas sobre el rosario, para que nadie alegue ignorancia sobre el lugar preeminente que la Iglesia reserva a esta oración.

El Santo Papa Pío X decía: "Dadme un ejército que rece el rosario y lograré con él conquistar el mundo".

La Iglesia se ofrece a ser este ejército aguerrido: el rosario será su espada de combate.

Y el mismo Papa ha dejado estampadas estas líneas "De todas las oraciones, el rosario es la más bella y la más rica en gracias, aquella que agrada más a la Santísima Virgen María. Amad, pues, el rosario y recitadlo con espíritu de piedad todos los días; es el testamento que os dejo a fin de que os acordéis de mí".

Estas palabras son, indudablemente, el eco de una larga experiencia dulcemente vivida.

He aquí lo que oculta el rosario y que descubre el que penetra en su realidad íntima, y percibe la unidad que encierran estas alabanzas ensartadas, y advierte el hilo que liga los anillos de esta cadena.

Para ello, basta comprender que esta oración es más oración de María que oración nuestra: aquí está la clave de su poder y de su encanto sobre el corazón de Dios. Mientras nuestros dedos desgranan las cuentas del rosario, pronunciando devotamente las Avemarías, la Virgen Santa las transforma en un canto inefable que sólo el paraíso es digno de escuchar. Se opera un cambio parecido al que tiene lugar en nuestros instrumentos musicales. Sobre el disco del gramófono se posa la sutil aguja de acero e inmediatamente comienza el girar monótono de la placa. Un espectador sordo no oirá nada y no se explicará el por qué de juego tan estéril y aburrido. Pero el espectador normal comenzará a escuchar una voz sonora, emitida de un modo misterioso por la pequeña aguja que gira incansablemente. Bien presto se elevará una melodía grandiosa y bella, que deleita y entusiasma.

He aquí una pálida imagen de la situación que ha lugar en el rezo del santo rosario, cuando elevo esta plegaria en unión con María. Desde que me hallo unido a Ella, como la punta de la aguja sobre el disco, por un acto de íntima adhesión y al mismo tiempo voy desgranando las cuentas del rosario, María se apropia el movimiento de mi oración y es Ella quien en mi lugar canta ante Dios el alleluia de su dicha, el fiat de su dolor, el amén de su gloria. Y he aquí que todo el cielo está como a la escucha de María que ofrenda a Dios los sentimientos de su corazón inmaculado. Este canto es una comunión continua con el divino Espíritu, que obra en Jesús y en Ella al mismo tiempo los misterios que el rosario conmemora. Porque

El rosario comienza por el mensaje del ángel que invita a María a entregarse sin demora a la operación del Divino Espíritu. Es la magnífica obertura de la más grandiosa e incomparable historia de los siglos.

Al desarrollarse esta historia, admiramos en cada una de las etapas de la existencia de la Santísima Virgen el soberano ímpetu que la impele a cumplir los santos y divinos designios, según el Espíritu se los va manifestando entre transportes de gozo, desgarros de dolor y fulgores de gloria. Nos parece percibir el delicado y entusiasta crescendo del ímpetu santo del alma de María. María se va uniendo más y más al misterio de amor que revelan las operaciones de Dios en Ella, operaciones que se van realizando ya entre espesas tinieblas, ya entre luces de alborada, tanto en la muerte dolorosa como en la resurrección triunfante. María sabe que Dios es amor: esta certeza le basta. Nunca hubo abandono tan perfecto en el divino beneplácito. Los clavos y la sangre, la corona de espinas y la cruz o el Calvario, todo es para María comunión con el Espíritu Santo. Ella coopera con su divino Espíritu a la inmolación del Hijo y su fidelidad persevera más allá del sepulcro. Es precisamente esta fidelidad la que será coronada en la hora solemne de su entrada triunfal en la gloria la mañana de su Asunción a los cielos.

Mientras van pasando las "Ave" del rosario, al correr monótono de cada uno de los misterios, María que nos está escuchando, obtiene para nosotros la gracia de entrar en esta comunión con el Espíritu Divino. María nos toma como por la mano y nos lleva a Él.

De esta suerte el rosario viene a ser como el Cantar de los Cantares del Espíritu Santo y de María, y por este motivo es para nosotros el mejor medio de reavivar continuamente y de profundizar nuestra devoción hacia el divino Espíritu. Las riquezas ocultas de esta plegaria han inspirado a Georges Goyau este elogio que parecerá exagerado tan sólo a quienes cometan la ligereza de no penetrar hasta el corazón de la misma:
"Esta oración, que parece verbal, es la más espiritual de todas.
Esta oración, que parece esclava, es la más libre de todas.
Esta oración, que parece rudimentaria, es la más contemplativa de todas" (37).

El enigma se le aclara a quien conoce el encanto que tiene el rosario para el corazón de María. ¿No es, en efecto, cada "Ave" un beso casto y amoroso que se da a María, una rosa encarnada que se le presenta, una copa de ambrosía y de néctar que se le ofrenda?"

Fuente: LEON JOSE SUENENS