Un buey y un burrito en el pesebre. Enviado por el Padre Fabian Agustin Miranda.
El buey y el asno forman parte de toda representación del
pesebre. Pero, ¿de donde proceden en realidad? Como es sabido, los relatos
navideños del Nuevo Testamento no cuentan nada de ellos. Si tratamos de aclarar
esta pregunta, tropezamos con unos hechos importantes para los usos y
tradiciones navideños.
El buey y el asno no son precisamente productos de la
fantasía piadosa; gracias a la fe de la Iglesia en la unidad del Antiguo y el
Nuevo Testamento, se han convertido en acompañantes del acontecimiento
navideño. De hecho, en Is 1,3 se dice." Conoce el buey a su dueño, y el
asno el pesebre de su amo. Israel no conoce, mi pueblo no discierne".
Los Padres de la Iglesia vieron en esta palabra una
profecía referida al Nuevo Pueblo de Dios, la Iglesia constituida a partir de
los judíos y gentiles. Ante Dios, todos los hombres, judíos y gentiles, eran
como bueyes y asnos, sin razón ni entendimiento. Pero el Niño del pesebre les
ha abierto los ojos, para que ahora reconozcan la voz de su Dueño, la voz de su
Amo.
En las representaciones navideñas medievales sorprende
continuamente cómo a ambos animales se les dan rostros casi humanos: cómo, de
forma consciente y reverente, se ponen de pie y se inclinan ante el misterio
del Niño. Esto era lógico, pues ambos animales eran considerados la cifra
profética tras la que se esconde el misterio de la Iglesia -nuestro misterio,
el de que, ante el Eterno, somos bueyes y asnos-, bueyes y asnos a los que en
la Nochebuena se les abren los ojos, para que en el pesebre reconozcan a su
Señor.
Pero, ¿lo reconocemos realmente? Cuando ponemos en el
pesebre el buey y el asno, debe venirnos a la mente la palabra entera de
Isaías, que no sólo es buena nueva -promesa de conocimiento verdadero-, sino
también juicio sobre la presente ceguera. El buey y el asno conocen, pero
"Israel no conoce, mi pueblo no discierne".
¿Quién es hoy el buey y el asno, quien es "mi
pueblo", que no discierne? ¿En qué se conoce el buey y el asno, en qué a
mi pueblo? ¿Por qué, de hecho, sucede que la irracionalidad conoce y la razón
está ciega?
Para encontrar una respuesta, debemos regresar una vez más
a la primera Navidad. ¿Quién no conoció? ¿Quién conoció?¿Por qué fue así?
Quien no conoció fue Herodes: no solo no entendió nada,
cuando le hablaron del niño, sino que sólo quedó cegado todavía más
profundamente por su ambición de poder y la manía persecutoria que le
acompañaba (Mt 2,3). Quien no conoció fue, "con él, toda Jerusalén".
Quienes no conocieron fueron los hombres elegantemente vestidos, la gente
refinada (Mt 11,8). Quienes no conocieron fueron los señores instruidos, los
expertos bíblicos, los especialistas de la exégesis escriturística, que desde
luego conocían perfectamente el pasaje bíblico correcto, pero, pese a todo, no
comprendieron nada (Mt 2,6).
Quienes conocieron fueron -comparados con estas personas
de renombre-"bueyes y asnos": los pastores, los magos, María y José.
¿Podía ser de otro modo? En el portal, donde está el niño Jesús, no se
encuentran a gusto las gentes refinadas, sino el buey y el asno.
Ahora bien, ¿qué hay de nosotros?
De esta manera el rostro del buey y el asno nos miran esta
noche y nos hacen una pregunta: Mi pueblo no entiende, ¿comprendes tú la voz
del señor? Cuando ponemos las familiares figuras en el nacimiento, debiéramos
pedir a Dios que dé a nuestro corazón la sencillez que en el niño descubre al
Señor. Entonces podría sucedernos también
lo que a los pastores de la primera Nochebuena (Lc 2,20): todos volvieron a casa llenos de alegría.
La Bendicion de la Navidad.
Joseph Ratzinger
Benedicto XVI.