18:50 | Autor Iglesia Hogar

Corrieri della Sera, 8-7-9.

Una Encíclica para gobernar el futuro. Invitación no sólo a creer sino a pensar.

Un tema tan complejo y denso como un texto, ¿no corre el riesgo de ser una exhortación genérica?
La Encíclica muestra un papa conocedor de la complejidad de los problemas, pero convencido de un punto central: una miríada de decisiones son tomadas hoy sin claridad de intentos, descuidando los intereses de los más, en un clima de desconfianza, sin una visión del bien común.
Cuando habla de "verdad" alude al cuadro de mentiras, desconfianza en la cual vienen frecuentemente orientados los intereses económicos mundiales.
También el mercado tiene necesidad de "verdad", saliendo de la niebla. Y tiene necesidad de "caridad", liberándose de tanta inhumanidad. Sólo así puede cambiar.
Ya la mayor parte de la opinión pública, apagado el furor utopista, ha aceptado la realidad tal cual es. Pueblos enteros están condenados a una vida mísera y subhumana.
La iglesia no acepta esta realidad con fatalismo, como un destino. Viviendo en África y en tantas regiones pobres, es partícipe del anhelo de una vida mejor.

El texto del papa aparece también como un manifiesto de esperanza: el mundo y la economía pueden cambiar. Los hombres, los gobiernos, la sociedad pueden hacerlo. La encíclica del papa teólogo tiene muchas indicaciones concretas, sobre las cuales no es el caso detenerse ahora. En todo caso, la receta es simplísima. Haciendo suyo el grito del dolor de tantos, el papa lo desarrolla en una articulado razonamiento. Para Benedicto XVI, "el mundo sufre de una falta de pensamiento": "sirve un nuevo lanzamiento del pensamiento".
La encíclica quiere dar vigor a la reflexión sobre el futuro, que parece hoy diferida, proponiendo "una orientación cultural personalista y comunitaria, abierta a la trascendencia, del proceso de integración planetaria". No basta confiar el futuro al "providencialismo" del mercado. El papa conduce una lúcida crítica de la reducción del hombre a la economía: es el nuevo materialismo, para el cual tiene valor sólo aquello que es comercializable.
No obstante, no se encontrará en la Encíclica una oposición utópica al mercado (el papa toma en serio la economía, tanto como para pedirle a los países ricos de ayudar a los pobres a producir riqueza), sino la propuesta de integrar la economía a lo humano. La vida tiene un valor en sí misma y no es un bien en las manos del hombre: "la cuestión social -escribe el papa- se ha convertido radicalmente en una cuestión antropológica".
El hombre y la vida no son comercializables. El sentido del don se entrelaza con aquel del límite puesto a un hombre o a un mercado omnipotente. Para el papa la dimensión espiritual es parte saliente de la realidad. No es realista quien no lo tiene en cuenta: "el humanismo que excluye a Dios es un humanismo deshumano", dice. Es así como el papa busca de proponer con este texto, "una nueva síntesis humanística", que incluya el desarrollo económico. Es uno de los grandes objetivos de Benedicto XVI frente a la cultura occidental: abrirla a una nueva familiaridad con Dios en lo espiritual. La cultura occidental, universalizándose, ha perdido sus confines al realizar tantos injertos. Y la globalización ha sido, sobre todo, económica. La encíclica es el primer documento papal sobre la globalización.
Ésta no es una novedad para la Iglesia católica, global desde sus inicios. ¿Cómo los pueblos, haciéndose hoy más cercanos, pueden hacerse más hermanos? Es la batalla del catolicismo por un mundo "familia de naciones": "el desarrollo de los pueblos depende, sobre todo, del reconocimiento de ser una única familia".
Lo opuesto del unilateralismo. Así la encíclica visualiza un nuevo estado de la relaciones internacionales, apoya la ONU, la cooperación, y también pide una autoridad mundial (en el cuadro de la subsidariedad que valoriza la comunidad a cada nivel). No hay ilusiones: palabras duras son frecuentes respecto de los organismos internacionales, en los cuales buena parte de los recursos van a la propia burocracia, no para los pobres.
La encíclica quiere despertar una visión solidaria a tantos actores de la economía y de la sociedad. Solidariedad es palabra clave: raíz del humanismo, inclusión de la economía en la política, gratuidad frente al mercantilismo.

El pensamiento social de la Iglesia ha bajado al campo, en el s. XIX, contra la visión marxista y liberista. Ha sido una lucha titánica, que ha cambiado todos los actores. Ahora ese mundo está terminado. El mercado tiene un rostro invisible, mientras sus actores frecuentemente huyen en la niebla, como se ve en la crisis reciente. El nuestro es un mundo donde la práctica mercantilista y tecnológica se afirma muchas veces sin cultura y fuera del debate público. Benedicto XVI invita a razonar y dialogar sobre el futuro con el deseo de gobernarlo.
Busca sucitar un debate sobre el futuro del hombre a partir de la economía, mostando cómo humanismo y desarrollo, vida espiritual y empresa se entrelazan entre ellos. ¿Una opinión pública sensacionalista no hará caer la invitación en el vacío?
La casual coincidencia de la salida de la encíclica con el G8 desafía la pobreza de visiones y de prospectiva en el sube y baja entre alarmas y tranquilización.
El mundo de la economía de la globalización, para crecer, ser gobernada, producir desarrollo, tiene necesidad de cultura, de visión y de espíritu. La encíclica ya tendrá éxito si ayuda a reavivar una cultura política y económica pensante del futuro. Este papa, además de creer quiere ayudar a pensar.
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