15:12 | Autor Iglesia Hogar

El Domingo de Pasión -más conocido
como Domingo de Ramos- inaugura la
Semana Santa.
Es la única ocasión, aparte del Viernes
Santo, en que se lee el Evangelio de la
 Pasión de Cristo en el curso de todo el año  litúrgico.

Esta entrada mesiánica es relatada por los cuatro evangelistas.
Mt 21,8-11; Mc 11,8-10; Lc 19,36-38; Jn 12,12-19
El que rechazó tantas veces honores porque aún no era su hora,  consciente de que ésta ha llegado, va triunfalmente a la cruz y a la resurrección  que lo ha dicho en sus tres “predicciones.”

La característica de la procesión es el júbilo, gozo que anticipa el de pascua. Es una procesión en honor de Cristo rey; por eso los ornamentos son rojos y se cantan himnos y aclamaciones a Cristo.
En este día, se entrecruzan las dos tradiciones litúrgicas que han dado origen a esta celebración:
 La alegre, multitudinaria, festiva  liturgia de la iglesia madre de la ciudad santa,
imitación de los que Jesús hizo en Jerusalén, y la austera memoria  de la pasión que marcaba la liturgia de Roma.
Liturgia de Jerusalén y de Roma,  juntas en nuestra celebración.

Durante la procesión, llevamos en las manos olivos como signo de paz y esperanza,
porque en el seguimiento de Cristo, pasando nuestra propia pasión y muerte,
viviremos la resurrección definitiva de Dios.
Después llevamos a nuestras casas los ramos bendecidos, y este olivo es un sacramental, es decir, nos recuerda algo sagrado.

En la procesión del domingo de ramos, la Iglesia, además de conmemorar un hecho pasado y celebrar una realidad presente, anticipa también su cumplimiento final.
La Iglesia espera la completa realización del misterio al final de los tiempos.

La primera lectura es del profeta Isaías (50,74).
Los sufrimientos del profeta en manos  de sus
enemigos son figura de los de Cristo.
Su serena aceptación de los insultos e injurias
nos hace pensar en la humildad de Cristo
cuando fue sometido a provocaciones aún
peores.
Es un sufrimiento aceptado libremente y
voluntariamente soportado.
Esta idea de aceptación se encuentra también  en la segunda lectura (Flp 2,6-11), que nos dice:
"Cristo se anonadó hasta someterse incluso  a la muerte, y una muerte de cruz".
Repetimos el mismo tema en el prefacio: "Siendo inocente, se entregó a la muerte por los pecadores y aceptó la injusticia de ser contado entre los criminales". 
"Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el `Nombre-sobretodo-nombre`.
La entrada triunfal de Jesús en Jerusalén marca, en cierto sentido, el fin de lo que Jerusalén representaba para el antiguo testamento, y señala el principio de la plena realización
 de la nueva Jerusalén.
Desde este momento Jesucristo insistirá  sobre la destrucción de la Jerusalén terrenal, hablará de su juicio, de la que ha de ser la Jerusalén futura.

Cristo con sus discípulos sube camino de Jerusalén en plan de “peregrinación” pascual (Jn 2,12). Llegó en este viaje a Betania “seis días antes de la Pascua” (Jn 12,1).
De aquí se va a dirigir,  a Jerusalén.
Cuando Jesús con sus discípulos se dirige de Betania a Jerusalén, vista “la aldea de enfrente,” manda a dos de sus discípulos, que vayan a Betfagé y que en seguida encontrarán una “asna atada y a su hijo, sobre el cual nadie ha montado” para indicar el honor de llevar al Mesías.
En el A.T. en algunos sacrificios sólo se podía ofrecer víctimas que no hubiesen llevado yugo (Num_19:2; Deu_21:3).
Los rabinos decían que, si Israel era puro, entonces el Mesías vendría sobre las nubes, conforme a Daniel (Dan 7,13); pero, si no, sobre un asno, conforme a Zacarías (Zac 9,9)
 
El asno, en los países orientales de la antigüedad, no tenía solo el sentido de pobreza
que en los occidentales. Servía de cabalgadura a reyes y nobles  (Gen 22,3; Ex 4,20; Num 22,21; Jue 5,10. 10,4; 2Sa 17,23; 1Re 2,40; 1Re 13,13).
Los discípulos pusieron “sobre los mantos” es señal de honor y luego montaron a Jesús. 

Juan dice, después de citar el pasaje del profeta:
“Esto no lo entendieron entonces sus discípulos, pero cuando fue glorificado Jesús,
entonces recordaron que de El estaban escritas estas cosas, que ellos le habían hecho” (Jn 12,16).
No comprendieron entonces que estaban dando cumplimiento a una profecía mesiánica y que, con aquello que hacían, estaban también tomando parte en aquel profético acto mesiánico.
Así montado y rodeado de sus discípulos, como era la costumbre que tenían los discípulos
con los rabinos sus maestros, se encamina para entrar en Jerusalén.
Pero la turba que viene a engrosar este cortejo  es la que sale de Jerusalén, al saber que llegaba,  por efecto del milagro de la resurrección de Lázaro (Jn 12,18).
Y así se formó un gran cortejo delante, y detrás de El otro acompañándole, que le aclamaban con entusiasmo.
Por eso, “cuando estaban cerca (de Jerusalén), en la bajada del monte de los Olivos,”
fue cuando comenzó a desbordarse el entusiasmo porque se encontraron  con otra “gran muchedumbre” que había venido a la Pascua, y “al saber” que Jesús “llegaba a Jerusalén,” salieron gozosamente a su encuentro (Jn 12.13).

El entusiasmo se desbordó. Se habían cortado “ramos de los árboles.”
Y unos “tomaron ramos de palmeras” (Jn), como se solía hacer  en las fiestas importantes
(Jdt 15,12.; 2Ma 10,7) o como lo escribe, en forma más imprecisa, Marcos, “cortaron hierbas de los campos y cubrían el camino,” y también “muchos extendían sus mantos sobre el camino” (Mc), al estilo judío, en señal de homenaje.
Mt, Mc y Jn recogen el clásico “Hosanna” (Dios salva), vino a ser una exclamación de júbilo.
Precisamente en la fiesta de los Tabernáculos, todo judío llevaba en sus manos dos ramos,
uno de cedro, y una palma, de la cual pendían ramos de mirto y sauce, y los agitaban en la procesión. Este ramo se llamaba también “Hosanna.”
Mientras, se cantaban “hosannas”.
Las aclamaciones que relatan los evangelistas, son mesiánicas.

1) “¡Hosanna al Hijo de David!” (Mt).
2) “¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!” (Mt-Mc-Jn).
3) “¡Bendito el que viene, el Rey, en nombre del Señor!”(Lc).
4) “¡Bendito el que viene en nombre del Señor, el Rey de Israel!” (Lc-Jn).
5) “¡Bendito el reino, que viene, de David, nuestro padre!” (Mc).
La expresión “¡Bendito el que viene en nombre del Señor!” está tomada del Sal 118,26.
El salmo es un canto triunfal a Dios, que da beneficios a Israel. 

Esta fórmula, hace ver el valor, ciertamente mesiánico, pues era el Mesías que llegaba.
La expresión, “¡Hosanna en las alturas!” (Mt-Mc), hace llegar el agradecimiento de este beneficio mesiánico a Dios en el cielo.
La fórmula: “Paz en el cielo y gloria en las alturas.”
Probablemente la expresión de paz, haya de interpretarse aquí como sinónimo de gloria, de la “glorificación” que al cielo trae la obra mesiánica que realiza Jesús.

En un momento de esta marcha de Jesús, “cuando se acercó, al ver la ciudad,”
cuando se acercaba al descenso del monte de los Olivos (Luc_19:37),  “vio la ciudad,” entonces “lloró sobre ella” y le predijo su destrucción, que se avecinaba, por no haber conocido, culpablemente, “el tiempo de tu visitación” (Lc 19,41-44).
Y cuando el cortejo “entró en la ciudad” (Mt), “Jerusalén se conmovió” y ante aquel cortejo
y aquel entusiasmo, las turbas, sobre todo los peregrinos de la Diáspora que se encontrasen allí aquellos días, preguntaban extrañados: “¿Quién es éste?”
En Mt, las turbas dicen de Cristo, presentándole, que es Jesús “el profeta de Nazaret de Galilea.”

“El profeta,” en ocasiones era el Mesías ( Jn 1,21 b;  Jn 6,14).
La Pascua anterior, las gentes quisieron proclamarle Rey-Mesías (Jn 6,15), precisamente en las fiestas pascuales ( Jn 1,21-b) y en Mt (12,23) ya se preguntaban si no sería el Mesías.
Los otros lo presentan como el Rey de los judíos.
Mezclados entre las turbas estaban “algunos fariseos” (Lc)  acaso para deslucir o apagar el prestigio del Maestro, y una vez más, le dijeron: “Maestro, reprende a tus discípulos.”
Pero la respuesta de Cristo en aquella hora, que era la “hora” del Padre, los desconcertó
 y censuró, al tiempo que aprovechaba El aquella manifestación y el sentido  de la misma.
“Si éstos callan, gritarán las piedras” (Lc).

Acaso esta expresión quería decirles Jesús que aquélla era la “hora” del Mesías y que así estaba determinado por Dios, y que nadie en consecuencia podría evitarlo.Pero una vez más, Dios actuó de conformidad con lo que había revelado al profeta Isaías (55,8), "Porque los pensamientos de ustedes no son los míos, ni los caminos de ustedesson mis caminos."

Los judíos no reconocieron que el reino de Dios se estaba estableciendo, porque esperaban
 un Mesías poderoso que les conceda la seguridad frente a los opresores y extranjeros, cuando  los poderes de Dios son poderes espirituales  de amor, misericordia y redención.
Un amor que se abre a todo el mundo desde el pueblo elegido por medio del Jesús, el Mesías que estaba dispuesto a llevar a cabo  la Expiación, el restablecimiento de las relaciones de amistad entre el hombre  y Dios, al renunciar a su gloria, para convertirse en uno de nosotros y, aún más, soportando la humillación,  el sufrimiento, y finalmente la muerte.
Cumpliéndose así todas las profecías.

Fueron muchos los que siguieron a Cristo  en este momento de triunfo,  pero fueron pocos los que lo acompañaron en su pasión y muerte.
Esta es  una oportunidad para proclamar a Jesús como el rey y centro de nuestras vidas. 
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