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Autor Iglesia Hogar
como Domingo
de Ramos- inaugura la
Semana Santa.
Es la única
ocasión, aparte del Viernes
Santo, en que
se lee el Evangelio de la
Pasión de Cristo en el curso de todo el año litúrgico.
Esta entrada
mesiánica es relatada por los cuatro
evangelistas.
Mt 21,8-11;
Mc 11,8-10; Lc 19,36-38; Jn 12,12-19
El que
rechazó tantas veces honores porque aún no era su hora, consciente de que ésta ha llegado, va
triunfalmente a la cruz y a la resurrección que lo ha dicho en sus tres “predicciones.”
La
característica de la procesión es el júbilo, gozo que anticipa el de pascua. Es
una procesión en honor de Cristo rey; por eso los ornamentos son rojos y se
cantan himnos y aclamaciones a Cristo.
En este día,
se entrecruzan las dos tradiciones litúrgicas que han dado origen a esta
celebración:
La alegre, multitudinaria, festiva liturgia de la iglesia madre de la ciudad
santa,
imitación de
los que Jesús hizo en Jerusalén, y la austera memoria de la pasión que marcaba la liturgia de Roma.
Liturgia de
Jerusalén y de Roma, juntas en nuestra
celebración.
Durante la
procesión, llevamos en las manos olivos como signo de paz y esperanza,
porque en el
seguimiento de Cristo, pasando nuestra propia pasión y muerte,
viviremos la
resurrección definitiva de Dios.
Después
llevamos a nuestras casas los ramos bendecidos, y este olivo es un sacramental,
es decir, nos recuerda algo sagrado.
En la
procesión del domingo de ramos, la Iglesia, además de conmemorar un hecho
pasado y celebrar una realidad presente, anticipa también su cumplimiento
final.
La Iglesia
espera la completa realización del misterio al final de los tiempos.
La primera lectura es del profeta Isaías (50,74).
Los
sufrimientos del profeta en manos de sus
enemigos son
figura de los de Cristo.
Su serena
aceptación de los insultos e injurias
nos hace
pensar en la humildad de Cristo
cuando fue
sometido a provocaciones aún
peores.
Es un
sufrimiento aceptado libremente y
voluntariamente
soportado.
Esta idea de
aceptación se encuentra también en la
segunda lectura (Flp 2,6-11), que nos dice:
"Cristo
se anonadó hasta someterse incluso a la
muerte, y una muerte de cruz".
Repetimos el
mismo tema en el prefacio: "Siendo inocente, se entregó a la muerte por
los pecadores y aceptó la injusticia de ser contado entre los
criminales".
"Por eso
Dios lo levantó sobre todo y le concedió el `Nombre-sobretodo-nombre`.
La entrada
triunfal de Jesús en Jerusalén marca, en cierto sentido, el fin de lo que Jerusalén
representaba para el antiguo testamento, y señala el principio de la plena
realización
de la nueva Jerusalén.
Desde este
momento Jesucristo insistirá sobre la
destrucción de la Jerusalén terrenal, hablará de su juicio, de la que ha de ser
la Jerusalén futura.
Cristo con
sus discípulos sube camino de Jerusalén en plan de “peregrinación” pascual (Jn
2,12). Llegó en este viaje a Betania “seis días antes de la Pascua” (Jn 12,1).
De aquí se va
a dirigir, a Jerusalén.
Cuando Jesús
con sus discípulos se dirige de Betania a Jerusalén, vista “la aldea de
enfrente,” manda a dos de sus discípulos, que vayan a Betfagé y que en seguida
encontrarán una “asna atada y a su hijo, sobre el cual nadie ha montado” para
indicar el honor de llevar al Mesías.
En el A.T. en
algunos sacrificios sólo se podía ofrecer víctimas que no hubiesen llevado yugo
(Num_19:2; Deu_21:3).
Los rabinos
decían que, si Israel era puro, entonces el Mesías vendría sobre las nubes,
conforme a Daniel (Dan 7,13); pero, si no, sobre un asno, conforme a Zacarías
(Zac 9,9)
El asno, en
los países orientales de la antigüedad, no tenía solo el sentido de pobreza
que en los
occidentales. Servía de cabalgadura a reyes y nobles (Gen 22,3; Ex 4,20; Num 22,21; Jue 5,10. 10,4;
2Sa 17,23; 1Re 2,40; 1Re 13,13).
Los
discípulos pusieron “sobre los mantos” es señal de honor y luego montaron a
Jesús.
Juan dice,
después de citar el pasaje del profeta:
“Esto no lo
entendieron entonces sus discípulos, pero cuando fue glorificado Jesús,
entonces
recordaron que de El estaban escritas estas cosas, que ellos le habían hecho”
(Jn 12,16).
No
comprendieron entonces que estaban dando cumplimiento a una profecía mesiánica
y que, con aquello que hacían, estaban también tomando parte en aquel profético
acto mesiánico.
Así montado y
rodeado de sus discípulos, como era la costumbre que tenían los discípulos
con los
rabinos sus maestros, se encamina para entrar en Jerusalén.
Pero la turba
que viene a engrosar este cortejo es la
que sale de Jerusalén, al saber que llegaba, por efecto del milagro de la resurrección de
Lázaro (Jn 12,18).
Y así se
formó un gran cortejo delante, y detrás de El otro acompañándole, que le
aclamaban con entusiasmo.
Por eso,
“cuando estaban cerca (de Jerusalén), en la bajada del monte de los Olivos,”
fue cuando
comenzó a desbordarse el entusiasmo porque se encontraron con otra “gran muchedumbre” que había venido a
la Pascua, y “al saber” que Jesús “llegaba a Jerusalén,” salieron gozosamente a
su encuentro (Jn 12.13).
El entusiasmo
se desbordó. Se habían cortado “ramos de los árboles.”
Y unos
“tomaron ramos de palmeras” (Jn), como se solía hacer en las fiestas importantes
(Jdt 15,12.;
2Ma 10,7) o como lo escribe, en forma más imprecisa, Marcos, “cortaron hierbas
de los campos y cubrían el camino,” y también “muchos extendían sus mantos
sobre el camino” (Mc), al estilo judío, en señal de homenaje.
Mt, Mc y Jn
recogen el clásico “Hosanna” (Dios salva), vino a ser una exclamación de
júbilo.
Precisamente
en la fiesta de los Tabernáculos, todo judío llevaba en sus manos dos ramos,
uno de cedro,
y una palma, de la cual pendían ramos de mirto y sauce, y los agitaban en la
procesión. Este ramo se llamaba también “Hosanna.”
Mientras, se
cantaban “hosannas”.
Las
aclamaciones que relatan los evangelistas, son mesiánicas.
1) “¡Hosanna
al Hijo de David!” (Mt).
2) “¡Bendito
el que viene en el nombre del Señor!” (Mt-Mc-Jn).
3) “¡Bendito
el que viene, el Rey, en nombre del Señor!”(Lc).
4) “¡Bendito
el que viene en nombre del Señor, el Rey de Israel!” (Lc-Jn).
5) “¡Bendito
el reino, que viene, de David, nuestro padre!” (Mc).
La expresión
“¡Bendito el que viene en nombre del Señor!” está tomada del Sal 118,26.
El salmo es
un canto triunfal a Dios, que da beneficios a Israel.
Esta fórmula,
hace ver el valor, ciertamente mesiánico, pues era el Mesías que llegaba.
La expresión,
“¡Hosanna en las alturas!” (Mt-Mc), hace llegar el agradecimiento de este
beneficio mesiánico a Dios en el cielo.
La fórmula:
“Paz en el cielo y gloria en las alturas.”
Probablemente
la expresión de paz, haya de interpretarse aquí como sinónimo de gloria, de la
“glorificación” que al cielo trae la obra mesiánica que realiza Jesús.
En un momento
de esta marcha de Jesús, “cuando se acercó, al ver la ciudad,”
cuando se
acercaba al descenso del monte de los Olivos (Luc_19:37), “vio la ciudad,” entonces “lloró sobre ella”
y le predijo su destrucción, que se avecinaba, por no haber conocido,
culpablemente, “el tiempo de tu visitación” (Lc 19,41-44).
Y cuando el
cortejo “entró en la ciudad” (Mt), “Jerusalén se conmovió” y ante aquel cortejo
y aquel
entusiasmo, las turbas, sobre todo los peregrinos de la Diáspora que se
encontrasen allí aquellos días, preguntaban extrañados: “¿Quién es éste?”
En Mt, las
turbas dicen de Cristo, presentándole, que es Jesús “el profeta de Nazaret de
Galilea.”
“El profeta,”
en ocasiones era el Mesías ( Jn 1,21 b;
Jn 6,14).
La Pascua
anterior, las gentes quisieron proclamarle Rey-Mesías (Jn 6,15), precisamente
en las fiestas pascuales ( Jn 1,21-b) y en Mt (12,23) ya se preguntaban si no
sería el Mesías.
Los otros lo
presentan como el Rey de los judíos.
Mezclados
entre las turbas estaban “algunos fariseos” (Lc) acaso para deslucir o apagar el prestigio del
Maestro, y una vez más, le dijeron: “Maestro, reprende a tus discípulos.”
y censuró, al tiempo que aprovechaba El
aquella manifestación y el sentido de la
misma.
“Si éstos
callan, gritarán las piedras” (Lc).
Acaso esta expresión quería decirles Jesús que aquélla era la “hora”
del Mesías y que así estaba determinado por Dios, y que nadie en consecuencia
podría evitarlo.Pero una vez más, Dios actuó de conformidad con lo que había
revelado al profeta Isaías (55,8), "Porque los pensamientos de ustedes no
son los míos, ni los caminos de ustedesson mis
caminos."
Los judíos no
reconocieron que el reino de Dios se estaba estableciendo, porque esperaban
un Mesías poderoso que les conceda la
seguridad frente a los opresores y extranjeros, cuando los poderes de Dios son poderes espirituales de amor, misericordia y redención.
Un amor que
se abre a todo el mundo desde el pueblo elegido por medio del Jesús, el Mesías
que estaba dispuesto a llevar a cabo la
Expiación, el restablecimiento de las relaciones de amistad entre el hombre y Dios, al renunciar a su gloria, para
convertirse en uno de nosotros y, aún más, soportando la humillación, el sufrimiento, y finalmente la muerte.
Cumpliéndose
así todas las profecías.
Fueron muchos
los que siguieron a Cristo en este
momento de triunfo, pero fueron pocos
los que lo acompañaron en su pasión y muerte.
Esta es una oportunidad para proclamar a Jesús como
el rey y centro de nuestras vidas.
Categoria:
Domingo de Ramos,
Entrada de Jesús en Jerusalen. Cuaresma.,
Pascuas
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