20:00 | Autor Iglesia Hogar
TRANSITAMOS POR CRISTO

Yo soy el Camino, la Verdad
y la Vida. Nadie va al Padre
sino por mí (Jn 14,16).


El Señor, dialogando con Pedro, Juan y el resto de los apóstoles, les ha dicho que se iría para preparar la casa y sus habitaciones. También les dice que ellos saben el lugar adonde Él va. Pero los discípulos afirman que como no saben dónde va, ¿cómo podrán conocer el camino?
Jesús retoma la palabra. Sabe qué lo que diga quedará bien grabado. Son las últimas palabras. El mensaje póstumo.
Lo último que alguien dice —especialmente si la muerte sobreviene pronto—, es lo que más cerca está de nuestra memoria y lo que más pronto recordamos.
Jesús en un ambiente íntimo, propicio a la comunicación, se explaya y explicita la idea. Es como si dijera: _¿No se dan cuenta de lo que les quiero decir? Como cuando Felipe le pidió que le presentara al Padre, y Jesús le respondió que eso es lo que había hecho hasta ahora: manifestar al Padre.
Si alguien no conoce el camino, Cristo se lo señala; soy yo.
Si alguien no conoce el camino, Cristo se muestra como la senda a seguir.
¿Quieren llegar a la gloria? Yo soy la humildad, ca­mino hacia la gloria.
¿Quieren llegar al reino de mi Padre? Yo soy la ruta hacia ese reino.
¿Quieren llegar a la vida eterna? Cada una de mis bienaventuranzas es el camino hacia la vida que no tiene fin.
¿Quieren ser reconocidos como mis discípulos? Mi amor es el camino para que así ocurra.
¿Quieren ser mis seguidores? Mi cruz es el camino para que sean dignos compañeros de mi andar.
¿Quieren compartir un puesto en el cielo? Mi cáliz es el camino a seguir para que estén en esos lugares.
Yo soy el Camino...
No puedo imitar lo que de Dios hay en Cristo.
Sí puedo imitar lo que del hombre hay en Cristo.
No es una broma pesada que él nos diga: —Apren­dan de mí, que soy manso y humilde de corazón. La hu­mildad y la mansedumbre son condiciones-camino para poder recibir el nombre bautismal de cristiano.
¡Con qué convicción Jesús el Señor, sabiendo que al día siguiente vería su vida arrebatada por las hienas habrá hablado a los apóstoles en su última pascua! ¡Con qué ardor se habrá agitado su pecho, sosteniendo la joven cabeza de Juan, el discípulo que él amaba, como quien permite que alguien participe de un secreto que está oculto en el fondo del corazón!
—Juan: Yo soy el camino... Pedro y Santiago, sé­panlo bien; Yo soy el camino. No hay otra senda. El que quiere transitar por sus propios senderos se extravía y el lobo puede devorarlo.
Hermanos todos de todos los tiempos; Yo soy el Camino... No vayan por los atajos...



EFICACIA DE LA ORACIÓN


Si ustedes me piden algo en
mi Nombre, yo lo haré .
(Jn 14,14).

la cuenta regresiva se ha iniciado. El Señor Jesús si­gue hablando. Sabe que pronto no podrá hablar más (aunque en su afán de continuar el mensaje, haya quedado varios días, después de la resurrección, entre los suyos).
En otra ocasión les había dicho que no recibían porque no sabían pedir.
Porque no pedían bien.
Porque no pedían los verdaderos bienes.
Porque eran hombres de poca fe.
Ahora los incita e invita a pedir.
Pero no de cualquier modo... En mi Nombre. Como si fuera yo quien pide.
¿Y cómo pedirías tú, Jesús?
Sabiendo el querer de mi Padre.
En obediencia a Él.
Auscultando su corazón.
Si pedimos algo a alguien, conociendo lo que él quiere otorgar, de antemano sabemos que nos será da­do el contenido de nuestro pedido.
Si pedimos caprichosamente: —Quiero esto... y aquello... y lo de más allá..., como pediría un chico pose­sivo y terco, sabemos que el Señor será sordo a un lla­mado necio. Será vana nuestra súplica. Simplemente porque así no se pide.
El que pide, que lo haga como mendigo. No tenemos derecho a lo que pedimos. Lo hacemos como pobres.
Además, lo hacemos condicionando nuestro pedi­do a la voluntad del Señor: si es posible... si Tú lo quieres... si es un bien para mi alma.
Pedir en Nombre del Señor es permitir que Cristo use mis labios para que él pida en mí.
O yo volar hacia sus labios para pedir por su pa­labra.
¿Qué pidió Jesús? ¿Cómo pidió Jesús?
La oración del Señor nos muestra la calidad de ora­ción efectiva que quiere que nosotros profiramos.
Que venga su Reino. Que su voluntad se haga, aquí y allí. Que el pan de cada día —no el de mañana— nos sea otorgado.
Que nuestros pecados sean perdonados, sólo si no­sotros somos capaces de misericordia frente a las mise­rias del hermano.
Que no nos deje caer en la tentación. No que las tentaciones no vengan, sino que no sucumbamos ante sus embates.
Jesús sigue hablando. Incansable. Con pausa y con paz. Con convicción. Apelando al sentido común y a la fe. Abriendo en los interlocutores —en nosotros—, grandes apetitos. Sabiendo que no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de Dios. Sabien­do que si pedimos algo en su Nombre, él responderá afirmativamente. Como el Padre respondió a sus re­querimientos...



¡NO QUEDAREMOS SOLOS!


Yo rogaré al Padre, y él les dará
otro Paráclito, para que esté
siempre con ustedes: el Espíritu
de la Verdad . El Espíritu Santo,
que mi Padre enviará en mi Nombre,
les enseñará todo y les recordará
lo que les he dicho (Jn 14, 16- 17 . 26).

¿Qué dirían los discípulos al Señor, al enterarse de que Cristo partiría?
-Señor Jesús: ¡tanto tiempo hemos vivido a la espera de tu llegada y tú ahora nos quieres dejar! ¡Lágrimas de siglos han regado la tierra de nuestros padres, abonando tu presencia, y ahora nos quieres abandonar!
Por favor: no nos dejes. ¿Qué haríamos sin ti? ¿A quién iríamos, si sólo tú tienes palabras de vida eterna? ¿Quién nos partiría el pan de la Palabra, de modo que nuestros corazones ardan de gozo? ¿Quién bendeciría a los niños, perdonaría nuestros pecados y estaría a nuestro lado para celebrar otra cena como ésta?

El Señor tiene su plan. Tiene su respuesta.
-¿Quién les ha dicho que los dejaré solos?
¿De dónde sacan esto?
He dicho simplemente que debo irme. Que debo retornar a mi Padre. A la casa de mi Dios. Pero el Intercesor vendrá. El Amor estará siempre entre ustedes. Para recordarles lo que les he dicho y lo que he hecho en medio de ustedes.
Su ley no estará grabada en tablas de piedra sino en los corazones de los que sean fieles.
¿De dónde han sacado la locura de que los dejaré solos? ¿Cómo podría yo hacerles eso?
El mismo que me ungió en el Jordán los ungirá a ustedes.
El Espíritu les hablará en la voz de los ministros de mi Pueblo. Les hablará como las mil voces silenciosas que gritan toda obra buena. La misma obra habla. Las obras santas de ustedes serán los labios y la lengua del Espíritu.
Me preguntarán: - ¿cómo y dónde veremos al Espíritu? Y les responderé: - En ningún lugar. Será como suave brisa. Sopla, pero nadie la ve. Será como la caridad de dos enamorados. Está pero no se ve. Será como la sangre que recorre sus venas. Circula pero no la sienten. Será como el aire que impulsa a mis pulmones. Nadie lo ve ni lo siente. Pero está.
Y el Señor será escuchado porque sus ruegos piden cosas buenas para nosotros.
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