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Autor Iglesia Hogar
Homilía de monseñor Marino en la solemnidad de la Anunciación | Día Niño por nacer
by iglesiamdp
María, la servidora del Dios de la Vida
Homilía en la Anunciación del Señor
Catedral de Mar del Plata, 4 de abril de 2016
Día del niño por nacer
Queridos hermanos:
La
solemnidad de la Anunciación del Señor se ha trasladado este año a este
lunes 4 de abril, primer día posible tras la semana santa y la semana
pascual.
Celebramos
el profundo misterio de la encarnación del Señor. El Hijo eterno asume
la condición humana. Es Dios desde la eternidad, “nacido del Padre antes
de todos los siglos”. Pero “por nosotros y por nuestra salvación, bajó
del cielo”. Así decimos en el credo de la Iglesia.
Entra
en nuestra historia y se somete a los límites de la condición humana, y
pasa por los estadios de la pequeñez y de la fragilidad. No pierde su
condición divina, pero asume la humana. De modo que en la misma y única
Persona lo adoramos como verdadero Dios y lo reconocemos como hombre
verdadero. Uno y el mismo es el Hijo de Dios y el Hijo de María.
Comienza
siendo un niño como los otros, aunque su origen no es el mismo que el
de los otros. Dios es su Padre, y el Espíritu Santo le ha creado una
humanidad como la nuestra. Esto ocurre en el seno purísimo de la Virgen
María, saludada como “llena de gracia” (Lc 1,28), como aquella a quien
“Dios ha favorecido” (Lc 1,30). La que concibió en forma virginal,
permanecerá virgen perpetua.
Lo
que ocurre no es una mera irrupción divina en la biología de una mujer,
sino un consentimiento de fe informado y voluntario. María se asocia
desde su libertad, no se resigna desde la pasividad. Obedece con activa
responsabilidad al plan misericordioso de Dios. En la fe se abre al
amor, del que vivirá toda su vida. Sin conocer los caminos del futuro,
en el presente se entrega sin medida.
Se
trata de una alianza, no de una imposición. Es un misterio de
esponsalidad, donde la gracia divina y la libertad humana entran en la
más profunda armonía.
¿Para
qué viene a este mundo el Hijo de Dios? Para revelar el amor
misericordioso del Padre y salvarnos, abriendo para nosotros el camino
del cielo, cerrado por el pecado del hombre.
Sabemos
que nuestra desdicha comenzó por la desobediencia a Dios y el mal uso
de nuestra libertad, por la negación de la verdad y del amor.
El
plan de Dios tantas veces anunciado por los profetas, resistido y
rechazado por el pueblo de la Alianza, consistía en esto: “Yo te
desposaré para siempre, te desposaré en la justicia y el derecho, en el
amor y la misericordia; te desposaré en la fidelidad, y tú conocerás al
Señor” (Os 2,21-22).
La
misericordia de Dios es más fuerte que la obstinación de los hombres.
“Permanece para siempre” como dicen los salmos. Al llegar la plenitud
del tiempo, cuando María se entrega sin reservas a la voluntad divina y
responde: “Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has
dicho” (Lc 1,38), se inicia la nueva Alianza. Alianza esponsal entre
Dios y su pueblo, entre el Hijo eterno y la creatura elegida como Madre,
entre Cristo y la Iglesia.
En
su respuesta, como enseña bella y profundamente Santo Tomás de Aquino,
se puso de manifiesto “cierto matrimonio espiritual entre el Hijo de
Dios y la naturaleza humana. Para ello en la anunciación se pidió el
consentimiento de la Virgen en nombre de toda la naturaleza humana”
(III, q.30, a.1).
En
su Carta a los Efesios, San Pablo al hablar del matrimonio entre
cristianos, pone a los esposos el paradigma del amor mutuo entre Cristo y
la Iglesia, y se expresa de este modo: “Cristo amó a la Iglesia y se
entregó por ella, para santificarla. El la purificó con el bautismo del
agua y la palabra, porque quiso para sí una Iglesia resplandeciente, sin
mancha ni arruga y sin ningún defecto, sino santa e inmaculada” (Ef
5,25-27).
Entre
el sí obediente del Hijo al Padre en el momento de su encarnación, que
hemos escuchado en la Carta a los Hebreos, y el sí obediente a Dios de
la Virgen en la Anunciación, hay convergencia en un único misterio.
Este
es el modelo para nuestra vida personal y nuestra participación en la
vida eclesial: entrar en el misterio de la encarnación redentora.
Misterio de salvación por el amor obediente, misterio de disponibilidad
para ser instrumentos del amor misericordioso de Dios en este mundo.
Con
el Niño Dios en su seno, la Virgen se convierte en sagrario de la Vida
por excelencia, y nos enseña la sacralidad de toda vida humana, porque
este Niño tiene que ver con todos los niños y con todos los hombres por
Él dignificados.
Celebramos
por eso mismo el Día del niño por nacer. Hoy la vida de muchos niños
corre riesgo. Nos causan horror las matanzas indiscriminadas, los actos
de terrorismo irracional donde se desconoce la dignidad inviolable. Pero
en muchos ámbitos se pretende imponer una mentalidad y una legislación
que ve en el aborto un derecho un aspecto de la promoción de la mujer.
Cedo aquí la palabra al Santo Padre en su exhortación Evangelii gaudium:
“Entre esos débiles, que la Iglesia quiere cuidar con predilección,
están también los niños por nacer, que son los más indefensos e
inocentes de todos, a quienes hoy se les quiere negar su dignidad humana
en orden a hacer con ellos lo que se quiera, quitándoles la vida y
promoviendo legislaciones para que nadie pueda impedirlo.
Frecuentemente, para ridiculizar alegremente la defensa que la Iglesia
hace de sus vidas, se procura presentar su postura como algo ideológico,
oscurantista y conservador. Sin embargo, esta defensa de la vida por
nacer está íntimamente ligada a la defensa de cualquier derecho humano.
Supone la convicción de que un ser humano es siempre sagrado e
inviolable, en cualquier situación y en cada etapa de su desarrollo” (EG
213).
Más
adelante prosigue el Papa Francisco con palabras que constituyen un
desafío a la pastoral de la Iglesia: “Pero también es verdad que hemos
hecho poco para acompañar adecuadamente a las mujeres que se encuentran
en situaciones muy duras, donde el aborto se les presenta como una
rápida solución a sus profundas angustias” (EG 214).
Con
gozo podemos decir desde hace unos años la diócesis ha mirado este
desafío y a través de un equipo competente trabaja con amor y esmero al
servicio desinteresado de aquellas mujeres que por distintos motivos se
encuentran en riesgo de abortar. Deseo que la obra de Ain Karem se extienda a toda la diócesis. Los frutos son muy alentadores y damos gracias a Dios por esto.
+ Antonio Marino
Obispo de Mar del Plata
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